* La mayoría de los monumentos carecen de valor estético y son obras
compradas por los gobernantes para que la gente no reflexione sobre la
situación actual, sino más bien para que la olvide, afirma Miguel Ledezma
Pachuca de Soto, Hgo.
México., a 20 de mayo de 2015
En la sede alterna de la Universidad Autónoma del Estado de
Hidalgo, el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, el maestro Miguel
Ángel Ledezma Campos sustentó la conferencia “Monumentos y Antimonumentos”,
dentro de las actividades de la V Edición del Festival Internacional de la
Imagen, FINI 2015. El profesor y artista prefirió sustentarla en esta sede
porque a los monumentos, por su propia naturaleza se les confiere una función
que tiene más que ver con el entorno donde se instalan y poseen una función
social que es más sobresaliente que su valor artístico en sí.
Para explicar cómo se relaciona el monumento con los
observadores del entorno en que reside la obra, explicó que la obra de arte
concebida a través de su función social, como sucede con los monumentos en
especial, no es algo que decida la comunidad, sino es algo que se le impone; no
se conforma de un diálogo con los habitantes donde se instala, y dijo: “así, la
obra de arte, o monumento, tiene una especie de arbitrariedad; cualquier
monumento nos lo imponen”.
Además agregó ejemplos de monumentos erigidos en honor a
gestas históricas, próceres de éstas o gobernantes que sólo se colocan para
justificar el gasto público en obra de arte, “aunque estos monumentos no tengan
ningún valor estético, ni reflexivo, ni de carácter genuino de relación con los
habitantes del entorno”, apuntó.
El artista e investigador consideró que si el arte público o
los monumentos urbanos o cívicos incluyeran la licencia social a través del
diagnóstico de participación ciudadana, en vez de irlos a insertar
arbitrariamente, se convertirían en algo propio de los habitantes donde se
coloca la obra, no en algo ajeno o impuesto desde las cúpulas de las
instituciones culturales o de educación, o capricho del presidente en turno:
“No privilegiaría un espacio ni perdurabilidad específicos;
sería una investigación móvil, involucraría al artista y al espectador o
receptor del acto estético cerrando el círculo que compone la creación misma de
una escultura, un monumento y cualquier obra de arte en sí”, remató Ledezma.
Durante la conferencia Miguel Ledezma resaltó que el mundo
del monumento es específicamente y por esencia un organismo dentro de una red
de instituciones; por lo tanto forzosamente afecta el entorno de los lugareños,
o receptores; el monumento es un lugar alegórico que pretende o debería
significar algo para quienes lo ven o frecuentan todos los días, pero que se
han convertido en una distracción y a veces hasta un estorbo o una ofensa, como
sucedió con las esculturas públicas de expresidentes que la población ha ido a
derrumbar, escupir, grafitear o simplemente ignorar y convertirla en basureros,
como respuesta.
Para ejemplificar la validez de la concepción que “debería
ser” en la obra de arte público, explicó podría ser efímera, pero fungir
cabalmente como una experiencia estética tanto para el artista como para el
observador, para que fuera más genuina, indicó.
Ledezma Campos en su disertación explicó a su auditorio que
la obra de arte en sitios públicos sería más funcional en tanto fuera más
orgánica y vívida: “Ya no estamos hablando de una escultura que no se mueve,
sino que el artista le habla al espectador y le permite presenciar algo que
también lo incluye, el artista es la herramienta para hacer el arte, asunto que
muchas veces se pasa por alto cuando se habla de arte público”.
“¿Cuáles serían las relaciones actuales entre escultura y
arte público? Primero habría que apuntar que no todas las esculturas son arte,
porque no contienen esa profundidad crítica del contexto en que se insertan.
Por ejemplo la Plaza Juárez con la escultura de Juárez, ¿realmente tiene
valores artísticos? O el Guerrero Chimalli de Sebastián, ¿los tiene? Entonces
tendríamos que ver que los monumentos que representan a algún político o a
cierto evento histórico o las esculturas ¿tienen valor artístico y se usan para
adornar o embellecer el entorno? Hay monumentos escultóricos, pero no
necesariamente artísticos”, reflexionó el artista.
Prosiguió: “Los 34 millones de pesos que costó el Guerrero
Chimalli asentado en medio de un entorno urbano caracterizado justamente por su
dificultad al acceso a la mayoría de los beneficios sociales, podrían haberse
usado en algo más relacionado con lo que la gente quisiera ahí. En éste, como en
la mayoría de los monumentos hay una especie de choque, porque obligan a una
relación con ellos, pero, ¿qué significan?, ¿qué expresan? Lo que expresan es
la manipulación o usurpación de la identidad de los monumentos por parte del
Estado, para hacer más tolerable la realidad de los habitantes, para que se
entretengan en medio de su pobreza; que sea como una distracción de la
realidad, es lo que pretende la política cultural. De modo que esto quiere
decir que cada monumento que es impuesto por el gobierno en turno en un espacio
urbano, es una acción violenta, aunque sutil, de imposición ideológica”.
“El monumento al Guerrero Chimalli es el ejemplo al
monumento a la pobreza de los habitantes de Chimalhuacán; significa que el
estado está consciente de las condiciones de inequidad en que viven, significa
que deben sentirse orgullosos de su pobreza y que deben conformarse con el
salario que ganan y las jornadas extenuantes que trabajan; aguantar condiciones
de vida inaguantables. ¿Cómo se podrían haber gastado más 30 millones de pesos
en arte público? Pero lo que ofrecen la obra pública en arte o son murales o
son este tipo de esculturas; ya en un caso más flexibles, graffittis, cuando
mucho, pero con el guión ya impuesto, ya sea de glorificar al gobierno o hacer
estampitas de la historia oficial, o arte abstracto que no dice nada, es sólo
una acumulación de material ahí.”
“Entonces, ¿las esculturas urbanas qué dicen?: pues no dicen
nada, no son obras que sean críticas, que nos inviten a pensar, sino al contrario,
sólo están ahí para que nos deleitemos en las formas —y a veces ni eso—; no nos
incitan a pensar en nuestra situación actual, lo que quisieran los gobernantes
que las compran es que nos ayuden más bien a olvidar: ahí están, esculturas,
avecinadas forzadamente, inútiles, artísticamente pobres; son obras que nada
más están cumpliendo la función de justificar el gasto que el Estado dice
realizar en arte”, finalizó el artista en su participación crítica sobre los
monumentos y su función en el marco de las actividades del FINI 2015.◄
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